No dejes que llueva / por Mauro Libertella
¿Fue un parricidio o un filicidio?, me pregunté en algún momento de esa masacre que fue el segundo tiempo de Holanda – España. El partido fue, en ese aspecto, un enorme juego de paradojas: alguna vez España fue el hijo futbolístico de la Holanda de Cruyff y ahora muere a manos de un hijo más joven, que viene a modernizar un poco el modelo táctico. La de Holanda y la de España son dos formas hermosas del fútbol, y por eso cualquier resultado iba a doler, aunque en Argentina todos banquen a Holanda y todos le deseen la más dolorosa de las agonías a España. Hay un enorme resentimiento hacia España, hacia el fútbol de posesión, hacia el toque horizontal, hacia un equipo sin nueve de área, hacia lo que fue el mejor Barcelona. “La mentira se acabó”, decían muchos por ahí, arrodillándose de pronto ante ese placer tan capitalista de la efectividad. El “toquecito improductivo” contra el que muchos disparan se tiene que volver, entonces, forzosamente, una bandera. Ayer me lo decía un amigo, mientras veíamos cómo Costa Rica (¡Costa Rica!) tocaba y tocaba frente a un Uruguay perplejo: el fútbol del Barcelona caló acá, en estos equipos. Esa es su gigante herencia: la idea, aunque sea abstracta y fantasmal, de que cualquiera puede jugar más o menos bien a la pelota. Por eso estamos viendo un gran mundial. Y eso, señores, se lo debemos a España, esa España que perdió por escándalo y de la que todos ahora se ríen con la amarga satisfacción del resentimiento.